Una y otra vez by Kate Atkinson

Una y otra vez by Kate Atkinson

autor:Kate Atkinson [Atkinson, Kate]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2013-01-01T05:00:00+00:00


Mañana será un día maravilloso

2 de septiembre de 1939

—No te alteres, Pammy —dijo Harold—. ¿Por qué está todo tan tranquilo, qué has hecho con los niños?

—Los he vendido —contestó Pamela, más animada—. Tres por el precio de dos.

—Deberías quedarte a pasar la noche, Ursula —ofreció con amabilidad Harold—. Mañana no deberías andar por ahí sola. Será un día horroroso. Son órdenes del médico.

—Gracias, pero ya tengo planes.

Se probó el vestido de crêpe de Chine amarillo que se había comprado unas horas antes en la High Street de Kensington, en un alocado arrebato derrochador en la víspera de la guerra. El vestido tenía un estampado de diminutas golondrinas negras en pleno vuelo. Lo admiró, o más bien se admiró hasta donde pudo en el espejo del tocador, pues tenía que subirse a la cama para verse de cintura para abajo.

A través de las finas paredes de Argyll Road, oía a la señora Appleyard peleándose en inglés con un hombre, supuestamente el misterioso señor Appleyard, cuyas idas y venidas a cualquier hora del día o la noche no seguían un horario normal. Ursula lo había visto en persona una sola vez, cuando se cruzaron en las escaleras y él la miró de mal talante y se alejó precipitadamente y sin saludarla. Era un hombre grandote, rubicundo y de aspecto algo porcino. Ursula se lo imaginaba tras el mostrador de una carnicería o trajinando con sacos en una fábrica de cerveza, pese a que, según las señoritas Nesbit, era un empleado en una empresa de seguros.

En cambio, la señora Appleyard era flaca y cetrina y, cuando su marido no estaba en casa, Ursula la oía canturrear para sí con tono lastimero y en una lengua que no conseguía situar. De Europa del Este, por cómo sonaba. Qué útil sería el esperanto del señor Carver, se decía. (Si lo hablara todo el mundo, claro). En especial en los tiempos que corrían, con tantos refugiados llegando a Londres. («Es checa —le revelaron por fin las Nesbit—. Antes ni sabíamos dónde estaba Checoslovaquia, ¿no? Ojalá siguiéramos sin saberlo»). Ursula suponía que la propia señora Appleyard era quizá una refugiada que, buscando protección en los brazos de un caballero inglés, se topó con el belicoso señor Appleyard. Ursula se decía que, si alguna vez oía que el señor Appleyard le pegaba a su mujer, tendría que llamar a la puerta e impedirlo de algún modo, aunque no tenía ni idea de cómo.

La disputa de al lado subió de tono, y entonces se oyó un decisivo y concluyente portazo y se hizo el silencio. Luego se oyó al señor Appleyard, muy aficionado a entradas y salidas ruidosas, pisando fuerte en las escaleras mientras dejaba una estela de irreverencias contra las mujeres y los extranjeros, categorías ambas en las que encajaba la esclavizada señora Appleyard.

La avinagrada aura de insatisfacción que se colaba a través de las paredes, junto con el olor menos apetitoso incluso a repollo hervido, resultaba de lo más deprimente. Ursula deseaba que los refugiados fueran conmovedores



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